martes, 23 de septiembre de 2025

Lejos de tus actos, en un rincón de mi corazón

Tantas ansias de poder, que solo te tomó unos segundos destruir todo en lo que ciegamente creí. Nunca sabre lo que fue para ti volver a mí. 

Ahora tengo una pregunta, una que me martilla el alma: ¿Ha valido la pena?

¿Valió la pena romperme? Qué fácil fue, como siempre, descartarme. Desvalorizarme y culparme de no elegirme.

Mi fragilidad, mi inocencia, y esa empatía excesiva que te justificaba, te lo han puesto demasiado fácil. Invertí tanto amor en alguien que lo malgastó, en manos que no supieron valorarlo.

Tus últimas palabras fueron puñales, y todavía no entiendo cómo pudiste decirlas. Sobre todo, no entiendo cómo sigo desangrándome. 

Me hiciste una herida tan profunda que, a través de ella, veo esos recuerdos buenos sobre tí como un espejismo que se desvanece, perdiéndose en la oscuridad.

Jugando a la incertidumbre, sembrando la incoherencia. Tu vida es un juego que no puedes perder, aunque yo sea la pieza que rompes para poder ganar.

Nunca gano, me rindo antes de empezar, incluso cuando la victoria es mía. Y es que mi única batalla es contigo: remo sin cesar, intentando salvarte de tu propia oscuridad, de tu pasado y de todas esas partes de ti que te niegas a sanar.

Dejé mi piel en esto, en aquella promesa que un día juramos. Aquellos días, aquellas noches que pedimos mil veces volver a vivir, ahora son solo un eco. Me volví ciega, cegada por el amor, por la certeza de que fueras tú.

​Ciega por alguien que no tiene reparo en lastimarme, en usar cada una de mis debilidades en mi contra. Ciega por alguien que eligió la salida más fácil: huir. Huir de sus miedos, de sus errores y del peso de su pasado, ese que lleva a cuestas como una sombra.

Y como una sombra insistente, te perseguirá el eco de lo que pudimos ser. Esa esencia perpetua que siempre nos unirá. Aquello innegable que brota en cada mirada, por mucho que te empeñes en ignorarlo.

A veces, aún me aferro a buscar conexión, interés, autenticidad en nuestra historia. Pero me has dejado sin argumentos para seguir creyendo en el hombre del que me enamoré. No sé quién eres ahora, ni qué parte de lo vivido fue verdad. Lo has destrozado todo, y lo más doloroso es que te quedas inmóvil, sin intención de reconstruir. 

Me has destrozado. Ojalá pudiera volver a verte con los mismos ojos, con la misma inocencia. 

Ojalá pudiera recuperar esa seguridad sobre quién eras, esa profunda paz que antes me transmitías.

Ya no sé qué de ti fue real, qué clase de persona eres realmente. ¿Quién quieres, o puedes, seguir siendo ahora?

Mi corazón no para de recordar aquella última noche en el coche, mientras leía una y otra vez aquel regalo, esas palabras que brotaron de mi alma, intentando desesperadamente alcanzar la tuya. Intentando convencerte de que siempre, siempre habría un motivo para que nuestra historia continuara.

Esa noche vivirá siempre en un rincón de mi corazón, bajo llave. La resguardaré allí, lejos de tus actos y de tu olvido, para que nada, ni siquiera tú, pueda marchitar también ese recuerdo. 

Y aun en este dolor, te amo. Amo el rastro de lo que fuimos, la sombra de lo que pudimos ser, y la posibilidad de lo que, tal vez, algún día seremos, si la cruda verdad y la vida misma consiguen, por fin, sacudirte el alma.


V

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